El orgullo del barrio
( Tribuna Universitaria, 11feb08) (no nos está permitido hablar de la belleza en los telediarios, y sin embargo lo hacemos continuamente con cualquiera de los nombres propios). Ella coge con fuerza los extremos de las mangas, los aprieta contra sus dedos en un estiramiento imposible. Las mangas de su jersey nuevo, o al menos parece nuevo, recién descolgado de una percha de stradivarius. Las mantiene apretadas como si tuviera miedo a perderlas, como si fuera consciente de que su muñeca, de ser descubierta, fuera a desencadenar la tercera guerra mundial. Como si no apenas se diera cuenta del peligro que suponen sus nucleares caderas, recién entradas en los dieciséis, o el roce de sus rodillas con la falda mientras sube al autobús y busca asiento con la mirada por encima de la carpeta. Ella nace a las ocho y veintitrés del parque público que está al final de la calle que está al final de una ciudad demasiado grande. Un lugar demasiado común, poco visitado por los poetas y por los ...